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2006-11-13 Una
colaboración de Rubén Haces
Dos grandes triunfos en el caribe para Alberto
Zepeda
ALBERTO ZEPEDA, AL SALÓN
DE LA FAMA
La Confederación Hipica del Caribe rendirá
homenaje al jinete mexicano, ganador con
Guadamur (1969) y con Teziutlán (1975) en la
importante justa internacionmal.
Por Rubén Haces
Treinta y un años después de haber culminado sus
soberbias actuaciones en el Clásico
Internacional del Caribe, a bordo de Guadamur en
México y con Teziutlán en Caracas, Alberto
Zepeda entrará al Salón de La Fama de la hípica
del Caribe.
En la última carrera del 5 de febrero de 1969,
debutó en el Hipódromo de Las Américas, un potro
de la cuadra Carrusel, propiedad de Raúl Cano
Faro, el insigne criador de caballos Pura Sangre
en México.
En esta carrera de su presentación, el potro
pasó casi inadvertido, pues obtuvo un segundo
lugar que no causó mayor impacto en el público
asistente.
Sin embargo, este hijo de Talgo II y Melusina,
de nombre Guadamur, habría de convertirse en el
consentido del público mexicano en unos cuantos
meses, pues casi de inmediato inició una campaña
luminosa que lo condujo a una esplendorosa
victoria en el Handicap de Las Américas en mayo
de ese mismo año.
Guadamur, pues, llegó al Clásico del Caribe,
cuya celebración habría de ser en México, con un
récord impresionante de cinco triunfos en solo
nueve salidas.
Cuando llegó el mes de diciembre, Guadamur ya se
había convertido en el favorito de los
aficionados, pues poseía ese esquivo “Angel” que
convierte a su dueño en una figura única, de
gran atracción.
Guadamur lo sabía muy bien. Comprendió que él
era el principal actor en el IV Clásico
Internacional del Caribe cuando llegó al
ensilladero con Gumiel, su compañero de
inscripción.
Nunca, en toda su historia, el Hipódromo de Las
Américas registró una concurrencia como la de
ese día. Jamás ha sido superada, pues aunque no
hay un dato preciso del número de los seres
humanos que conformaban esa multitud inmensa, el
solo hecho de casi no poder dar paso en las
amplias, amplísimas instalaciones, muestran
evidentemente que Guadamur había roto todos los
récords de entrada en el bello escenario de las
Lomas de Sotelo.
En el paseillo frente a las tribunas, Guadamur
escuchó su nombre una y otra vez. El público,
poseído de un sexto sentido común, apoyaba al
potro mexicano que en unos minutos más habría de
librar la gran batalla contra los potros y
potrancas de Puerto Rico, Panamá, Venezuela,
Colombia y República Dominicana.
El grito repetido de “Guadamur, Guadamur,
Guadamur”… atronaba el espacio. El público se
había entregado sin reservas a su ídolo y casi
ignoró a Gumiel, también de Cuadra Carrusel y a
Fiordo, el otro potro mexicano, propiedad de
Gustavo Zepeda Carranza.
Alberto Zepeda, jinete en Guadamur, estaba
nervioso. La emoción única, producida por el
grito de guerra surgido de las tribunas, lo
afectó de tal manera durante el desfile, que
cuando el anunciador oficial pronunció el nombre
de Guadamur y del suyo, no pudo más. Sacó a su
potro de la fila y lo puso a trotar, al tiempo
que otro grito, una simple exclamación de sonido
indefinido, producido por la emoción contenida
de un público expectante, atronó el espacio.
Fue ésta una especie de arenga para Guadamur y
para el mismo Alberto Zepeda. Ese grito, ese
aaaaaah inmenso, produjo un efecto calmante en
el potro y en el jinete.
Convertidos jinete y caballo en una sola unidad,
se alejaron del público para iniciar su
calentamiento y unos minutos más tarde, la
figura luminosa de Guadamur, salió del
arrancadero, situado frente a las tribunas, para
iniciar su vertiginoso galope.
Desde el primer instante, Guadamur fue el amo.
Cruzó la meta por primera vez bajo una verdadera
tormenta de aplausos, de gritos y de sombrerazos
¡Perdón! Sombrerazos no, pues ya casi nadie los
usa.
Guadamur tomó la primera curva con clara ventaja
sobre el grupo. Gumiel y Fiordo trataban de
colocarse en buena posición y así, cuando la
figura del líder se recortaba contra las
estribaciones de La Loma, allá, en la lejanía de
la recta trasera, con unos tres o cuatro largos
delante de sus perseguidores, Gumiel dejó atrás
a los demás y se colocó en el segundo sitio,
mitad para proteger a su compañero y mitad para
rebasarlo si se llegase a producir esa
oportunidad.
Entretanto, el hijo de Talgo II y Melusina
galopaba alegre en la delantera. Su ventaja se
había acentuado aún más y cuando se precipitó en
el último arco de la pista, el potro tomó mayor
impulso para así alejarse definitivamente de sus
oponentes.
Custodiado por Gumiel, Guadamur entró a la recta
final. Con las puntas de sus orejas hacia arriba
y la mirada fija en la pista, el potro,
concentrado al máximo y bajo una suave, pero
enérgica conducción por parte de Zepeda,
comprendió que había llegado al umbral de la
gloria y su alargado galope para alcanzar la
meta, fue realizado bajo un grito unánime, de
alegría, de júbilo desmedido, de los aficionados
mexicanos.
Gumiel, conforme con su segundo lugar, cruzó la
meta para afirmar el triunfo mexicano. Luego
llegaron en cansado galope, Farsalia (Colombia),
Arrecife (Venezuela), Quimera (Panamá), Soneto
II (Venezuela), Las Mareas (Puerto Rico), Tropel
(Colombia), Melódico (Panamá), Fiordo (México),
Príncipe Azul y Yamasa (República Dominicana.
Otra ovación igual y quizá más grande que las
anteriores, recibió a potro y jinete a su
regreso.El entrenador José Razo Beltrán,
artífice en el triunfo de Guadamur y de Gumiel,
tomó al potro por las bridas y entró, satisfecho
y emocionado, al cuadrilátero de ganadores.
Unos instantes más tarde, el caballista Raúl
Cano Faro y su esposa, la señora Olga Azcárraga
de Cano, disfrutaron como nunca esta victoria en
compañía de funcionarios y familiares.
¡Guadamur y Gumiel habían destrozado a la
oposición!.
Por su parte, Alberto Zepeda había consumado la
primera de una doble hazaña.
SEIS AÑOS MÁS TARDE
La segunda página de oro del jinete mexicano, se
abrió precisamente en 1975, en otra pista, con
otro potro, frente a nuevos adversarios, Alberto
Zepeda habría de apurar de nueva cuenta los
vapores embriagantes de la gloria.
El Hipódromo La Rinconada, pletórico de un
público anhelante, vio como el jinete mexicano
conducía magistralmente a Teziutlán para ganar
la gran carrera clásica de la hípica caribeña.
La novena versión del Clásico Internacional del
Caribe fue realizada el 7 de diciembre de 1975
sobre una distancia de 1,900 metros., mismos que
cubrió Teziutlán en tiempo de 2`02``2/5.
Su victoria fue holgada, pues superó al favorito
Victorioso, de Venezuela, nada menos que por 11
y medio largos. La potranca Trampa, también
venezolana llegó en tercero.
La carrera tuvo un desarrollo muy emocionante,
con doce tresañales en la pista, en
representación de Venezuela, con cuatro
ejemplares; , México, Puerto Rico, Panamá y
Jamaica, con dos potros cada uno.
Cuando la carrera se precipitó por la última
curva de La Rinconada, Teziutlán iba por dentro,
agobiado por dos adversarios, los cuales no lo
dejaban accionar libremente.
El momento de la liberación del potro mexicano
llegó pronto, pues inesperadamente, se abrió un
pequeño hueco por el riel. Zepeda no dudó un
solo segundo y por ese espacio imposible impulsó
al hijo de Dauphiny y Blue Summit en un alarde
de valentía y de cálculo exacto, pues de no
haber pasado, la página de esta historia habría
sido distinta.
Teziutlán, perfectamente embalado por su jinete,
se coló de manera increíble entre el riel
interior y los flancos de sus adversarios.
Así, mediante esta maniobra, el potro sonorense
ganó terreno a ojos vistas y en unos cuantos
saltos pasó de las posiciones de retaguardia al
mismísimo primer lugar.
Alberto Zepeda se alarmó al ver el mar abierto,
pues calculó que su potro no iba a soportar el
tremendo tren de carrera hasta la meta, pero
cuando enderezó en la recta final y sintió la
energía del potro mexicano, comprendió que nadie
podía vencerlo ya y así, con su tranco abierto
al máximo, Teziutlán completó su triunfal
recorrido y al llegar a la meta tenía una
ventaja de once largos y medio sobre el
favoritazo Victorioso, el ídolo del público
venezolano.
Esta fue la tercera victoria de los potros
mexicanos en el Clásico Internacional del Caribe.
El Comanche, con Rubén Contreras en el puente de
mando, ganó en 1967 y en 1971, Nacozareño,
conducido por Guillermo Gaviria, haría lo propio.
En este 1975, las figuras de Teziutlán y de
Alberto Zepeda fueron fotografiadas a pasto y
así quedó preparado el escenario para que cinco
años más tarde, el invicto Pikotazo, propiedad
de Gustavo Zepeda Carranza, Justo Fernández
Avila y Alberto y Guillermo Ocejo, diera otra
tremenda campanada al triunfar clamorosamente en
el Hipódromo La Rinconada.
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